Hace casi una década, cuando apenas tenía 19 años, decidí aventurarme en este negocio. Fue en ese momento crucial que cayó en mis manos un libro y se convirtió en mi guía constante hasta el día de hoy: «El Zen y el arte de la felicidad».

Este fascinante libro me introdujo a dos filosofías de vida que se han vuelto mis lentes a través de los cuales observo y enfrento el mundo y los desafíos empresariales. Una de ellas se sumerge en la conexión entre lo que hago y cómo impacta en mi entorno y en mi vida. Esta filosofía me ayuda a terminar con éxito todo lo que me propongo hacer.

La otra lente, igualmente valiosa, se enfoca en lo que no puedo controlar. Reconozco que en la vida hay elementos incontrolables, y esta perspectiva se ha vuelto crucial para mí. ¿La razón? Si adopto este enfoque, todo lo que sucede se convierte en la mejor versión de lo que podría haber ocurrido.

Así que, armado con estas dos filosofías, me lanzo a cada tarea con la certeza de que saldrá bien. Por un lado, influyo positivamente en todo lo que hago, con la convicción de que mi esfuerzo se traducirá en éxito. Y por otro lado, si las cosas no salen como planeo, lo acepto con la seguridad de que lo que sucede es lo mejor para mi camino.

Están son las filosofías que definen mi vida, mi negocio y mi realidad actual. Con ellas, ando como caballito firme ante la vida, rumbo a mis metas con una confianza inquebrantable. Cada paso, cada desafío, es una oportunidad para aprender y mejorar.